En la solemnidad de la Ascensión del Señor, que este Domingo celebramos, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía.
Así ha nacido la Iglesia, para dar testimonio del Resucitado. Esa fe en su vida es el anuncio que proclama al mundo entero. ¿Qué significa ese testimonio hoy en día?
Ante la guerra, que la paz ha vencido en la cruz;
Ante la corrupción, que la verdad ha triunfado;
Ante el crimen del que está por nacer, que toda vida merece cuidado y protección…
Y así, ante el desafiante panorama del mundo, hemos sido constituidos testigos y artífices de una humanidad nueva.
Un testigo es alguien que ha vivido una experiencia en directo. Alguien que ha sido tocado por una vivencia genuina. Alguien que puede afirmar: «yo estuve allí, yo lo viví». Y así se vive la fe en Cristo. Como algo que me pasó a mí y coincide con la misma experiencia de otros.
El testigo lleva una certeza inconmovible en su corazón, que nada mi nadie puede quitar. Certeza serena de la fe con que atraviesa el dolor y la muerte. Pero es como una brasita que hay que cuidar. Mantener vivo no solo un recuerdo, sino una vivencia. El Señor que ha vuelto al Padre en este día, se dejará ver y encontrar en su frágil comunidad, en nuestros humildes rostros, transfigurados por su presencia. Para esto nos bendice de lo alto, para habitar todos los espacios de la existencia. Y nos promete su Espíritu para ascender tras sus pasos humanos y gloriosos.
Evangelio (Lucas 24, 46-53)
Jesús dijo a sus discípulos: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto” .
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separo de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
