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Un Dios para vivir esta vida

La siguiente es la homilía que nos comparte nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo II de Pascua.

«Para que creyendo tengan vida en su nombre» Es la primera de las dos conclusiones del cuarto evangelio. Creer en Jesús resucitado es un don para la vida. Pero nuestra vida se desarrolla en el espacio tiempo, que el Señor glorificado ha transcendido con su resurrección. De ahí podemos comprender la legítima duda de nuestro mellizo, Tomás.

Si quien se hizo presente en medio de los demás apóstoles no es una presencia tangible en nuestro horizonte terreno, ¿de qué me sirve? Tomás quiere cerciorarse de que el que dicen que vive, es el mismo que padeció y murió en la cruz. Ese es el Cristo que él quiere, el que se entregó por amor, no un fantasma anodino sin memoria del sufimiento. Quiere un Dios para vivir esta vida.

El Señor se da cuenta se esto e invita al Mellizo a comprobar de manera personal la nueva realidad. Y surge así la más bella y profunda confesión de fe: «Señor mío y Dios mío». A Tomás se le reprocha no haber confiado en el testimonio de sus hermanos, porque la fe es cosa de la comunidad y no una cuestión privada.

Experiencia personal de la fe significa experiencia en relación con otros y para otros. Nuestro mellizo en la fe abrió así una bienaventuranza: feliz el que cree sin ver. Es decir, quien entra en una relación, ante todo, de confianza en Dios, y eso es «ver» en la oscuridad.

No apaguemos nuestros deseos ni dudas, busquemos en la comunidad de los que caminan en la fe una adhesión cada vez más plena al Señor de la vida, vencedor del pecado y de la muerte.

¡Bienaventurado, tú, Tomás, que nos llevas a ver más allá de toda mirada humana!

Evangelio (Juan 20, 19-31)

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” 

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” 

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

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Imagen: Caravaggio, La incredulidad de Santo Tomás, 1602.