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Somos Trinidad Santa desde el bautismo

Homilía de nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, en la solemnidad de la Santísima Trinidad.

La fiesta de la Santísima Trinidad es la fiesta del amor trinitario. Amor perfecto y eterno, que no queda encerrado en sí mismo, sino que se regala. En la Biblia, que nos narra la historia de la salvación, vemos de muchas maneras su amor misericordioso, bondadoso, gratuito y fiel. Y lo celebramos cada Domingo: el Padre nos envió a su Hijo Único como Salvador, quien nos amó hasta la cruz y con su resurrección nos abrió el camino a la Gloria.

Es una realidad que “llevamos puesta” por nuestro  bautismo. Ya desde ahora, el Espíritu Santo nos da la vida divina. Celebrar este amor nos revela la verdad más profunda del ser humano: ser en el mundo imagen de Dios. Por lo tanto, es una fiesta de grandes repercusiones para nuestra sociedad.

No se trata de pensar en un misterio que nos supera infinitamente, sino de sacar las consecuencias de nuestra identidad trinitaria. Imaginemos que cada uno y cada una, respondiese con pasión a esta identidad trinitaria. Si todos, obedientes al Espíritu que nos habita, desplegáramos la fuerza de amor que es comunión en la verdad y la diversidad, si solo el amor fuera la motivación más profunda de la vida… y es la tarea permanente de la Iglesia: ser un signo trasparente de la Trinidad para dar forma trinitaria al mundo, a la manera de un sacramento.

Junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús, a Él podemos pedir que vaya cada día fraguando nuestros corazones al fuego de su amor, quemando lo que nos divide y ardiendo en servicio y solidaridad. Renovemos juntos la señal de la Cruz-amor por la cual, cada vez que rezamos, Dios Trino nos bendice y nos santifica: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Evangelio (Juan   3, 16-18)

Dijo Jesús:

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

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