La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, este Domingo de Pascua.
En el evangelio de Juan de este Domingo de Pascua, no está Jesús. El que siempre aparecía en los evangelios del año predicando, sanando, anunciando la Buena Noticia, hoy no está. Los personajes de este relato son los primeros testigos de la Resurrección, inaugurando el tiempo de la Iglesia: María Magdalena, mujer que fue sanada por Jesús de sus hondos dolores y que consagró su vida al Maestro; Juan, el discípulo que en la última cena reposó su cabeza en el pecho de Jesús; y Pedro, el que lo había negado y probablemente estaba triste y arrepentido.
Estos tres testigos aparecen inaugurando el tiempo de dar testimonio del Resucitado, es decir, de proclamar nuestra plena certeza de que la muerte y el pecado no tienen la última palabra. Hay que tener valentía y coraje, como lo tuvieron los primeros cristianos para anunciar la Palabra que su Maestro les dio a conocer.
Hoy, en Chile, vivimos dolores y heridas profundas en nuestra sociedad, con una corrupción que se instala en las más diversas esferas. Como testigos del Resucitado, nuestra misión es afirmar la convicción de que la muerte y el pecado han de ser vencidos. Porque el narcotráfico, la delincuencia, la injusticia, no pueden tener la última palabra. Quienes creemos en Jesús hemos de anunciar los valores que Él nos ha dejado para hacer fecunda nuestra sociedad. Y lo haremos sin violencia, con respeto hacia las personas, y con renovada esperanza.
¡Muy feliz y bendecida Pascua para cada una y cada uno!
Evangelio (Juan 20, 1-9)
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.

