Para este Domingo, el XXVIII del Tiempo Ordinario, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía.
Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos», una invitación universal, pero que se cumple en pocos.
¿Qué hace que sea así? ¿Cómo una invitación tan estupenda, tan bien preparada en sus detalles y gratuita, un sueño para los pobres campesinos de Israel, cómo no se llega a realizar en todos? Jesús usa esta imagen del banquete de bodas de un hijo para mostrarnos el Reino de Dios. Ya hemos oído otras veces el carácter dramático de este Reino. Las parábolas traen imágenes fuertes sobre el rechazo, el homicidio y el exterminio. Pero no deben comprenderse como castigo divino, sino como las consecuencias del rechazo a la vida nueva, un llamado a hacerse responsables de la ruina…
Luego, hay una segunda parábola ¿En qué consiste aquel traje adecuado que uno de los invitados no llevaba? Con lo cual fue excluido de la fiesta, ¿o se autoexcluyó?
La invitación no indicaba la etiqueta, era sin requisitos. ¿Qué pasó entonces?
Nuestra pregunta nos lleva más atrás. ¿Qué significa ser invitado a esta boda?
Vemos que algunos, derechamente, rehusan asistir. Por dos veces «no tuvieron en cuenta la invitación «. Algunos ya tenían sus propios banquetes que les impiden aceptar el de Dios. Otros sienten esta invitación generosa y gratuita como una denuncia de sus banquetes egoístas.
Por el bautismo todos somos invitados a la fiesta del Reino, pero ¿es suficiente un sí inicial al evangelio? A esto responde la segunda parábola.
¿Qué puede ser aquel traje de bodas? Jesús, en la última cena, se sacó su vestido para lavar los pies de sus discípulos, es decir, se quedó como un esclavo. Y ese es el vestido de gala del Reino: el servicio fraterno.
Todo esto se cumple en la eucaristía que nos invita a hacernos responsables de lo que creemos y celebramos.
En las actuales situaciones históricas, ¿cuál es el vestido que reclama la invitación a entrar en el Reino? El compromiso con una fe viva, un esfuerzo diario por la paz y la reconciliación, un servicio a los que sufren…
Evangelio (Mateo 22, 1-14)
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los fariseos, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: “Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas”. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: “El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren”.
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?”. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes”.
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
