La siguiente es la homilía en este Domingo XVII del tiempo Ordinario, que nos comparte el pbro. Juan Francisco Pinilla, párroco de La Santa Cruz Ñuñoa.
Al ver a Jesús orando, un discípulo le pide que les enseñe a orar, pero más que una fórmula o un método, Jesús entrega ciertos criterios acerca de la oración.
En primer lugar, el Señor nos enseña a dirigirnos a Dios como padre, de allí brota también un sentimiento de fraternidad para con los demás.
En segundo lugar, a orar inoportunamente. Un amigo atrevido, que precisamente por su insistencia, logra que su amigo le preste los tres panes. Si no se levanta a medianoche para atenderlo por ser su amigo, dice el Señor, al menos lo hará para que deje de molestarlo. Esta es una característica muy esencial de la oración cristiana. Reconocer a Dios como Padre invita a la libertad y a la confianza de poder expresarse cada uno con su necesidad inoportunamente.
En tercer lugar y ante todo, saber pedir el el Espíritu Santo, porque solo Él sabe aquello que nos conviene para la vida eterna, porque solo él conoce el querer de Dios. La petición que es oída es aquella que brota del Espíritu Santo. La luz del Espíritu Santo, nos enseña a pedir de manera adecuada y hace que la oración no sea un mero pliego de peticiones, sino un deseo de realizar la voluntad del Padre. La oración es así un acto de comunión de vida y de amor con Dios, expresa una comunión en la acción, en las cosas que realizamos.
Puede ocurrir que, sin darme cuenta, yo esté pidiendo escorpiones y serpientes y Dios no me los da porque Él quiere mi bien verdadero. Al decir Padre, al inicio de la oración, genera en nosotros una actitud de confianza, que radica en confesar la sabiduría y el amor de ese padre. Así puedo pedir todo, llamar a la puerta, buscar. Lo importante es hacerlo en el sentido de lo que Dios quiere. No se trata de pedir a Dios cualquier cosa. A veces decimos que hemos pedido tanto el Señor algo que no nos ha dado. La pregunta es ¿eso que yo pido es conforme a aquello que me hace crecer como hijo y como hermano?
Por último, el Señor nos enseña a invocar al Padre con un corazón abierto a la reconciliación con los demás. Y ese es también un signo inequívoco de la presencia del Espíritu Santo. La apertura a las necesidades de los demás, la paz, la justicia, el amor.
Evangelio (Lucas 11, 1-13)
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”
