En este Domingo vigésimo quinto del tiempo litúrgico común, nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía.
Esta paga que parece injusta revela nuestra incomprensión de los caminos de la gracia: «Cuánto dista el cielo de la tierra…» Realmente hay una distancia infinita entre los pensamientos de Dios y los nuestros, entre sus caminos y los nuestros. Por eso, muchas veces tomamos a mal que Él sea bueno con todos.
Este evangelio nos pone delante de la incomprensibilidad del amor de Dios, por ser Dios mismo, ese amor escapa nuestro horizonte de creaturas. Sin embargo, ya el asombro ante lo incomprensible nos abre paso a Dios mismo, lo contrario es hacerse un Dios a la medida propia, un Dios «clarito».
Si Dios es realmente Dios, todo lo trasciende. Por eso Él ha tomado la iniciativa de venir hasta nosotros en su Hijo amado. Esta paga injusta a nuestra corta mirada significa, en el fondo, la incomprensible muerte de Cristo por toda la humanidad. La invitación es a entrar en la lógica del Reino de Dios, donde no hay primeros ni últimos, todos somos amados en nuestra singularidad irrepetible. Cada vida en gestación es sostenida por Dios en su amor infinito, amor incomprensible en su grandeza, el cual funda y precede el misterio de nuestra vida y es también toda nuestra meta hacia la cual caminamos en la fe.
Evangelio (Mateo 19, 30 – 20, 16)
Jesús dijo a sus discípulos: “Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros, porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envió a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: “Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo”. Y ellos fueron.
Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: “¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?” Ellos les respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Entonces les dijo: “Vayan también ustedes a mi viña”.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: “Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros”.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: “Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada”.
El propietario respondió a uno de ellos: “Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿O no tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.

Imagen: Pedro García, Madridiario