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Maestro, que yo pueda ver…

En este Domingo XXX del tiempo litúrgico Ordinario, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos ofrece su homilía.

Bartimeo. Para Marcos, se trata de la última sanación que realiza el Señor antes de entrar en Jerusalén y en su Pasión. Un ciego que por su fe se ha transformado en discípulo y, como tal, describe el perfil de aquel que está capacitado para seguir al Señor, por el camino de la cruz y de la gloria. Después de la confesión de Pedro en las alturas de Cesarea de Filipo, un candidato a discípulo, cumplidor meticuloso de la ley, frustó el llamado por su riqueza; los apóstoles se enredan en cuestiones de poder; solo queda este ciego, mendigo y marginal, un descartado de la sociedad, en Jericó a 250 metros bajo el nivel del mar. Y ahí se produce el milagro del discipulado. Su grito de piedad: «eleyson», alcanza el corazón de Cristo, este se detiene y lo hace llamar, por medio de los mismos que lo hacían callar: «Ánimo, levántate. Te llama». Al contrario del hombre rico, de un salto, se despojó de todo y fue donde Jesús.

El Señor percibe que la ceguera es solo el síntoma de algo más profundo, por eso hace una pregunta que parece evidente. Pero ayuda a tomar conciencia de la necesidad de otra Luz. Recuperada la vista, la invierte toda en el seguimiento del Maestro que va a la cruz.

Bartimeo, de quien se conserva el nombre, verá morir al Señor y será testigo ante la comunidad, de su luz inmortal.

Tarea de la Iglesia: animar, poner de pie y hacer oír la llamada del Salvador. Mediar para la escucha de su voz y su salvación.

Evangelio (Marcos 10, 46-52)

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten piedad de mí!

Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo.

Entonces llamaron al ciego y le dijeron: ¡Ánimo, levántate! Él te llama.

Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?

Él le respondió: Maestro, que yo pueda ver.

Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

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