La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, en este tercer Domingo de Pascua.
Se nos relata la tercera manifestación del Señor resucitado a sus discípulos, a orillas del lago. El ambiente del relato reune una serie de llamadas al origen del encuentro: se nombra a Caná, donde realizó el primero de sus signos, la barca, el lago de Tiberíades y la pesca infructuosa, Pedro y los Zebedeos, la red, el milagro. Al centro de todo, la reconfirmación de la misión de Pedro fundada en el amor: apacienta mis ovejas; de pescador ha pasado a pastor. Y culmina con un nuevo inicio: sígueme.
También nuestra experiencia de fe está ligada a momentos en los que percibimos la presencia del Señor y los atesoramos como recuerdos valiosos. A esos acontecimientos volvemos siempre, son nuestra historia de fe. Pero todo lo vivido tiene una misión. Y en cada recuerdo de un encuentro, el Señor nos vuelve a invitar a su seguimiento, que nunca será igual. La resurrección del Señor es esa permanente novedad de seguirlo, nos abre a una fidelidad creativa.
Él es siempre el mismo, nosotros cambiamos. ¿Qué respuesta espera hoy el Señor de nosotros como Iglesia? ¿Estoy dispuesto a seguirlo más profundamente?
Para esto, el Señor nos prepara el desayuno, junto a unas brasas. Nos invita a renovar el seguimiento desde su humanidad vivida con belleza. Nos toca preparar el desayuno al mundo.
Evangelio (Juan 21, 1-19)
Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”.
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en a orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?” Ellos respondieron: “No”. Él les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le respondió: “Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.
