En el V Domingo de Pascua, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía.
El IV evangelio contempla la Pasión del Señor como manifestación de la Gloria de Dios. Cinco veces escuchamos esta palabra en este breve pasaje que nos ofrece la liturgia. Para Juan, la cruz corresponde, precisamente, a la hora de la glorificación del Hijo de Dios.
Inmediatamente, Jesús nos da el mandamiento nuevo: «ámense los unos a los otros, como yo los he amado».
Y, entonces, ¿qué relación hay entre la hora de gloria y el mandamiento del amor?
En la cruz el Señor reveló la totalidad de su amor. Morir crucificado fue el máximo signo de su entrega, entraba en el misterio de nuestra muerte para vencer la muerte y darnos su propia vida eterna.
En el primer testamento vemos varias manifestaciones de la gloria de Dios, bajo los símbolos del humo o de una densa nube, acompañada de rayos y resplandores. Moisés y la zarza ardiente, Elías arrebatado en un carro de fuego; la visión de Isaías en el Templo… también en Belén los ángeles y pastores dan gloria a Dios. Y nosotros cada Domingo cantamos el Gloria. La palabra hebrea para gloria tiene que ver con el peso. La misma imagen que usamos para indicar del valor de algo, por ejemplo, el peso de una opinión calificada.
El «peso» de Dios es su amor. De un valor imponderable. Y ese peso que pareciera aplastarnos en la cruz, nos eleva hasta su corazón traspasado. De ahí se deriva el mandamiento del amor. La gloria de Dios, el peso de su amor será cargado por aquellos que se aman, no de cualquier manera, sino al modo de su entrega en la cruz. El Espíritu viene en nuestra ayuda, Él que es el vínculo del amor trinitario, nos conduce en este amor denso y luminoso a la vez.
Evangelio (Juan 13, 31-33a. 34-35)
Durante la Última Cena, después que Judas salió, Jesús dijo: Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto.
Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.
