La siguiente es la homilía que nos ofrece, para nuestra reflexión, el pbro. Juan Francisco Pinilla, párroco de La Santa Cruz – Ñuñoa, en este VI Domingo de Pascua.
Escuchamos palabras de despedida, de parte del Señor, las cuales nos preparan a la fiesta de la Ascención del Señor y Pentecostés. El Señor nos promete tres dones para llevar la vida durante el tiempo en que esperamos su retorno, son tres dones para mantener viva su presencia real como resucitado: Nos promete hacer morada, habitar en el corazón del que guarda su palabra; nos promete el don del Espíritu como pedagogo interior, podríamos decir hoy, un asistente espiritual o «inteligencia espiritual» para comprender su mensaje. Y finalmente, nos da el don de su paz reconciliadora. Son tres dones para animar el camino de la fe que recorremos en la vida diaria, la cual acontece hoy en un horizonte nuevo abierto por su resurrección. Ese horizonte señala una meta: el encuentro de toda la humanidad con el Señor.
Caminamos hacia un encuentro: su venida gloriosa. Y esa venida se nos anticipa cada Domingo en la eucaristía. Podemos, entonces, vivir la eucaristía como espacio donde se cumplen aquellas promesas.
Es el lugar de la escucha de su palabra para guardarla y meditarla en el corazón. Es el espacio litúrgico abierto a la acción del Espíritu Santo y, sobre todo, taller de la paz para el mundo.
La bella visión del Apocalipsis (segunda lectura) se cumple en la fe, misteriosamente: «Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero. Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero».
Desde esa realidad del cordero, que irradia su luz, la Iglesia lleva su vida concreta y su discernimiento (primera lectura). Y todo se cumple en el aquí y ahora de nuestra historia. Un horizonte de luz para creer y amar.
Evangelio (Juan 14, 23-29)
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a Él y habitaremos en Él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
