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Recomenzar una y otra vez desde Cristo

Homilía III Domingo de Pascua

Comienza este evangelio con un volver atrás. A lo de antes. “Vamos a pescar”, dice Pedro y los otros seis lo siguen.

La siguiente es la reflexión que nos comparte nuestro párroco, Juan Francisco Pinilla, para el tercer Domingo de Pascua. El texto del Evangelio se encuentra más adelante.

Es un volver vacío, con frustración; lo de antes ya no les resulta: “no pescaron nada”.

Pero Jesús madruga por ellos. Jesús es el amanecer.

En cierto modo también él vuelve atrás, por medio de un signo les  recuerda el primer encuentro, la pesca milagrosa cuando Pedro reconoció su pequeñez ante el Señor. Les hace volver a un ayer abundante.

Jesús va adelante y les sale al paso con una nueva iniciativa de amor. Aquí, su ser glorioso se expresa cómo humanidad concreta, preocupado y atento a nuestras necesidades. Jesús parte el pan para ellos. Los discípulos saben que es Él, igual que nosotros… pero se atreven a más.

En un segundo momento, Jesús confirma a Pedro. De nuevo retoma el ayer frustrado y lo funda absolutamente en el amor. Un amor de entrega. Termina el evangelio con un nuevo seguimiento, el nuestro…

El evangelio nos muestra la tarea permanente de nuestra fe, la que nos saca de un ayer infecundo y de su tentación, y nos invita a recomenzar un y otra vez.

La gloria será la conquista de una humanidad recreada por el amor. Nosotros estamos llamados a ser testigos de la Resurrección por medio de los gestos de amor de nuestra sencilla y profunda humanidad. Eso es una vida eucarística.

Hoy resuena la voz del maestro, aún desde la orilla, y podemos responder a su amor con un querer todavía inmaduro, que él acepta. Pascua es recomenzar, con Jesús a la mesa, partir el pan de la eucaristía, y así alimentados, seguirlo como testigos y operarios de un mundo nuevo.

Evangelio (Jn 21,1-19)

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.

Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le respondieron:

Vamos también nosotros.

Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: Muchachos, ¿tienen algo para comer?

Ellos respondieron: No.

Él les dijo: Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: Vengan a comer.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Él le respondió: Si, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis corderos.

Le volvió a decir por segunda vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Él le respondió: Sí, Señor, sabes que te quiero.

Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.

Le preguntó por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: Señor, Tú lo sabes todo; sabes que te quiero.

Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras.

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: Sígueme.