La siguiente es la homilía de nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor.
Para Mateo, el Señor asciende para quedarse. Misteriosamente, su «ir al Padre» coincide con su venir hasta nosotros y permanecer en medio de su Iglesia.
Por eso, la fiesta de la Ascensión no es una partida, sino una interiorización de su presencia. No celebramos una despedida, sino una nueva decisión de fe, eso es adorar y dudar, precisamente la progresiva apertura de los ojos de la fe. Para esta visión, que es conocimiento, Mateo nos señala el camino. Primero, ir a Galilea, contemplar aquellos tres años de Jesús, su evangelio; luego subir al monte de las bienaventuranzas, adherir al proyecto del Reino y entonces, solo entonces, participar del poder del Resucitado, que es su propia vida.
El Señor no se ha ido, ha entrado en la gloria del Padre, como triunfo de su amor fiel y, ya desde ahora, nos hace entrar con Él en aquella plenitud de vida y de amor. Si el Señor asciende, ascendemos hoy con Él. No como astronautas, sino como peregrinos, que aún siendo once y no los Doce originales, aún así, frágiles, se nos envía a proclamar al mundo la experiencia de vivir con el Señor y sumergir el mundo en la corriente de la vida trinitaria.
Hacer vivir, por la fe, el absoluto en medio de la historia.
Evangelio (Mateo 28, 16-20)
Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
