La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, el XXIV del tiempo litúrgico Ordinario.
Dice claramente el Señor: «el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio la salvará».
¿Quién quisiera ver a su salvador crucificado? Como Pedro, creo que nadie. Y, sin embargo, nuestro Mesías ofreció su vida por nuestra liberación. Su pasión está en el centro de nuestra fe y de nuestra liturgia, que «hacemos en memoria suya».
Pero nuestro mundo moderno no siente necesidad de salvación. Las noticias de estos días, que remecen los fundamentos morales de nuestro país, parecen afirmar lo contrario. Personas, hasta ahora muy empoderadas en el éxito y el prestigio profesional, sucumben estrepitosamente en una red de mentiras. Y esta situación, como otras, en las que la vida parece bien asegurada, en un segundo se pierde…
Todo es muy lamentable. Pero puede ser una oportunidad para la fe. Lo contrario de vidas aseguradas, son vidas honestas, que se pierden para los criterios mundanos, egoístas y ambiciosos, donde todo vale a fin de ganar. El Mesías victorioso entregó su vida por amor y seguirlo es imitarlo. Ahí está la verdadera seguridad, vivir en los valores del Reino de Dios.
Evangelio (Marcos 8, 27-35)
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy Yo?”
Ellos le respondieron: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”.
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”.
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.
Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo:
“¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Entonces Jesús, llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”.

