Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su reflexión para este Domingo 17º del Tiempo Ordinario. Al final de esta meditación se presenta el texto del evangelio.
Este evangelio comienza por mostrarnos al Señor en oración. Y de ahí nace la inquietud de sus discípulos, de aprender a orar. Captaban que para el Maestro era algo vital, de suma importancia.
En este evangelio Jesús nos regala lo esencial de nuestra oración: el Padre. Y ahí se contiene todo.
“Cuando ustedes oren, digan Padre”… La oración cristiana es en su origen siempre la oración de un nosotros, un sujeto comunitario. Por eso toda oración, aunque sea individual y secreta, nos hace familia de Dios.
Comenzar a orar diciendo Padre, no es una simple designación, es un llamado ante una presencia. Y es el gran regalo de Jesús a la humanidad. La presencia salvadora de su Padre. En la oración del padrenuestro, el Señor nos ha compartido lo más amado, lo más íntimo y lo más infinito: su propio Padre.
Orar para Jesús era expresión de su ser Hijo, para nosotros es también el fruto natural de la fe, vivida como confianza y entrega personal. Así, la medida de la fe es la oración. De la conciencia viva de ser hijos e hijas de Dios nace la súplica confiada de la fe.
La parábola que añadió el Señor, introduce el tema de la perseverancia, lo que muestra que la oración es un camino y un aprendizaje continuo. Por la oración participamos de la vida de Dios y en su manera de conducirnos en el tiempo. Por eso la perseverancia en el tiempo, aclara, purifica y revela nuestra verdad más profunda: nuestro amor.
La oración perseverante nos enseña a discernir la voluntad de Dios en la vida y en la historia. Y, puestos ante la presencia de Dios Padre nos sabemos cobijados ante toda amenaza de deshumanización, y de ahí también, nuestro compromiso real con el bien de todos y la resistencia frente al mal.
Evangelio (Lucas 11,1-13)
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”.
Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquéllos que se lo pidan!”
