Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, XXIV del Tiempo Ordinario.
La pregunta de Pedro, ¡siempre actual! Y para nuestra sociedad es una cuestión muy debatida, que incluye la justicia y la reparación. Ante el espantoso escenario del mal, las últimas palabras del Señor en la cruz son: Padre, perdónalos…, con lo cual se muestra que el perdón es una realidad divina. Jesús ha puesto el perdón junto al pan de cada día, en el corazón de la oración cristiana: perdona nuestros pecados… como nosotros perdonamos… por lo mismo, es algo que pertenece a la fe.
La necesidad del perdón es algo que acompaña la vida entera. Lo contrario es el círculo imparable del revanchismo y la venganza. Así surge la necesidad de la justicia, aunque también limitada a los horizontes meramente humanos, imperfectos y siempre insatisfactorios, abundan los fallos cuestionados… y la demora en los juicios, que aumentan la injusticia.
El perdón se vive en otro nivel de la vida. No aminora el mal, lo enfrenta y lo sobrepasa. No porque podamos comprender las causas últimas del mal que, en realidad, es absolutamente incomprensible. El daño es irreparable. Ni la extinción del agresor lo restaura. El Señor se entregó como víctima a sus verdugos, no porque no pudiera invocar una legión de ángeles para defenderlo y salvarnos de otra manera, sino porque en la cruz enfrentaba el mal en su raíz, más allá de la justicia, imposible por lo demás.
El Señor no juzga culpables, sino que carga sobre Sí nuestros dolores e injusticias. Devolver esa cantidad de talentos que dice el evangelio, es un esfuerzo sobre humano… Diez mil talentos equivalen aproximadamente a 60 millones de denarios. Es decir, ¡el sueldo diario de 160 mil años!
Por eso, precisamente, el perdón de su Padre en esa muerte aceptada, cruenta e injusta, era lo único que nos podía dar la paz, la libertad y la vida.
Quien perdona participa del perdón divino. Cumple un acto divino. Da un giro al mundo y a la historia en dirección de la gracia y del don. Y nos preserva del mal, petición que concluye nuestro padrenuestro cotidiano.
Evangelio (Mateo 18, 21-35)
Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Dame un plazo y te pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.
