La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, en este Domingo XXXI del tiempo litúrgico común.
El primer mandamiento resulta ser el más grande. En su búsqueda auténtica, el escriba ha dado un paso más. Al ser confirmado por el Señor respecto a la Ley, fundado en Dt 6,5, -el núcleo de la fe de Israel-, él descubre que los sacrificios y holocaustos del Templo quedan obsoletos. Que el centro de la fe y su liturgia es solo el amor. El orden de los mandamientos supone una jerarquía de valor. Por lo tanto, el primero de los mandamientos es el más importante y la fuente de toda fidelidad al Dios de la Alianza.
Tenemos entonces una alegre noticia para nuestra propia búsqueda de fidelidad a Dios: Dios se alegra en el amor, solo espera amor. Esto nos ayuda centrarnos en lo esencial y saber que amar es todo lo que se debe aprender en la vida y es lo único valioso en todas las cosas. Ante una dificultad, un conflicto, un dolor, ¿qué me dicta el amor? Según esto: ¿Qué me guía en mi vida de fe, el deber, el cumplir, el qué dirán, la apariencia, la obligación…? ¿Es mi fe una fe en el Amor?
Una sola pregunta nos acompaña en la vida: ¿es por amor, todo lo que hago?
La Virgen fiel nos muestre siempre el rostro del Amor encarnado.
Evangelio (Marcos 12, 28b-34)
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?”
Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que éstos”.
El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, va le más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:
“Tú no estás lejos del Reino de Dios”.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
