La siguiente es la homilía que nos comparte nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, el décimo del Tiempo ordinario.
La blasfemia contra el Espíritu Santo es como un delito de contumacia. O sea, perseverar en el mal, sabiendo que es un mal.
Blasfemar es insultar a Dios. Y el mayor insulto es no reconocer, con la recta razón, el bien donde es evidente. Y al contrario, no llamar mal al mal. Es una obstinación irracional, que atenta no contra Dios, sino contra la humanidad. Y esta blasfemia caracteriza nuestro tiempo y se divulga en la opinión pública.
El aborto es objetivamente un crimen, el más cobarde y violento, contra un ser humano indefenso, en gestación. ¿Qué impone la razón? Protección, cuidados, amor. ¿Qué impone la sin-razón? Muerte y eliminación.
Pero cuando una sociedad entera aprueba matar a sus hijos e hijas, no hay ningún fundamento para los derechos de los demás. La defensa del derecho a la vida es la clave de todo derecho humano. No reconocer el valor intransable de la vida es una blasfemia, ante un don evidente. Matar legalmente un hijo/a es una blasfemia, contra Dios Creador, contra la humanidad y contra la razón.
La blasfemia contra la evidencia del bien solo puede ser disuelta por la apertura al bien. Los oscuros intereses de las guerras, que todos condenamos, se unen a las intenciones abortistas. Una oscuridad que hace insignificante todo valor y belleza. Todo se hace monótono y gris. Todo da igual. Y la voluntad de poder del más listo, arrastra las masas al precipicio moral de todo un Pueblo.
Hay salida. Usar la razón creada para alcanzar la verdad , el bien y la justicia, con la ayuda de la gracia. Eso glorifica al Creador.
Evangelio (Marcos 3, 20-35)
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”.
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: “Está poseído por Belcebú y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios”.
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó:
“¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”. Jesús dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”.
Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”.
Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de Él, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
