Compartimos la homilía del pbro. Juan Francisco Pinilla para este Domingo III de Adviento.
En este tercer Domingo de Adviento vemos a Juan el Bautizador en la cárcel y con dudas. Su vida pende de un hilo y necesita saber si su misión ha tenido sentido. ¿Es Jesús de Nazaret el Mesías que él ha reconocido como tal? La duda no excluye la fe. Jesús no parece calzar con el anuncio de un juicio de Dios inminente.
Jesús responde a los enviados con una bienaventuranza: no escandalizarse ante el Mesías.
Juan es elogiado por el mismo Señor: es quien preparó el camino. El más grande hasta ahora, y aún así pequeño en la sobreabundancia del Reino.
Hay en la bienaventuranza de Juan algo para nosotros. Juan comprendía la llegada del salvador del mundo en términos de un juicio. Y realmente ha habido un juicio: Dios ha tomado el partido de los sufrientes, de los enfermos, de los que nada pueden, de los pobres. Y en un pesebre toma el lugar de todos los vulnerados de la historia. No era lo que esperaba Juan y debe seguir creyendo. Jesús cumple todas las profecías de la Primera Alianza, aunque parece como un innovador, pero en el fondo, está revelando el verdadero rostro de Dios. El rey de los pobres.
La bienaventuranza de Juan es para nosotros una invitación a ponernos en camino hacia el Señor, como Aquel que siempre viene desde la exclusión. En una novedad que puede hacer temblar la fe, cuando parece no responder a nuestras expectativas. Pero es que el amor infinito de Dios siempre nos sorprende, y esa sorpresa es garantía de que es Él quien se hace presente en nuestra vida y no la simple proyección de nuestros anhelos.
Evangelio (Mateo 11, 2-11)
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”
Jesús les respondió:
“Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquél para quien Yo no sea motivo de tropiezo!”
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo:
“¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito:
“Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino”.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”.

