Noticias

Cristo, puerto seguro, nuestra esperanza

Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para el XXII Domingo del tiempo litúrgico ordinario.

Jesús simboliza la salvación con el paso a través de una puerta. Una puerta estrecha, una puerta que se cierra, una puerta a la que se golpea desde fuera. La salvación aparece como un ingreso a la casa donde está su dueño. Allí habitan los padres de la fe, Abrahán, Isaac, Jacob… Y el tiempo para entrar conoce un plazo y un esfuerzo. La salvación es ser acogido para vivir y compartir la vida. Es como un puerto seguro.

Pero hablar de salvación hoy parece inútil. Vivimos entre dos polos: el de un optimismo irracional, donde todo va bien y mañana mejor y el de un pesimismo catastrófico, en el cual no podemos estar peor y todo va a la ruina. En este vaivén la salvación no tiene importancia, nadie la espera. Hemos reducido la salvación al salvavidas playero. Es la imagen que guardamos de una salvación real.

Entonces, ser salvados por Cristo es precisamente llevar la vida a un lugar seguro. Pero esto se hace necesario solo cuando percibimos los peligros que nos acechan. Así, podríamos hacer una larga lista de amenazas muy reales. Ante este panorama, los pesimistas ven en el mal la última palabra de la historia y vanalizan el bien, los optimistas solo ven éxitos y olvidan el mal. En ambos casos no hay nada qué hacer, pues, al final, todo da lo mismo, como canta un tango.

Para nosotros, los creyentes, la vida segura en Cristo se nos da en esperanza, es decir, como una tarea responsable. Esforzarnos por entrar por la puerta estrecha es asumir la incomodidad de la fe. Que creer no sea una moda. Bregar de noche en plena tormenta, pero sabiendo que en todo se encuentra el Señor de la vida.

En cualquiera dirección que hoy se mueva nuestro corazón, la esperanza nos hace lúcidos ante el tiempo presente, nos hace desconfiar del optimismo ingenuo y del pesimismo depresivo. La fuerza de la esperanza nos centra en la acción de Dios y nos hace colaboradores de su Reino, humildes colaboradores que confían en el poder definitivo de su amor.

Evangelio (Lucas 13, 22-30)

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

Una persona le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”

Él respondió: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él les responderá: “No sé de dónde son ustedes”.

Entonces comenzarán a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas”. Pero él les dirá: “No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”

Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios.

Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos”.

Ver todas las homilías