Una emotiva conmemoración de Viernes Santo vivimos en la parroquia de la Santa Cruz, santuario de san Expedito, en Ñuñoa.
Presididos por nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, celebramos la Pasión del Señor con un sobrecogedor momento inicial de silencio y recogimiento, asombro ante el misterio de la Cruz, en que el sacerdote y nuestro diácono Jaime Coiro, postrados rostro al suelo, eran acompañados por los fieles de rodillas.
Tras la liturgia de la palabra y la lectura de la Pasión del Señor según san Juan, nuestro párroco nos recordó la grandeza del misterio de la Redención. En su homilía, llamó la atención sobre una pregunta de Pilato ante la cual Jesús no tiene respuesta, pregunta que sigue vigente en medio de nuestra vida social: «¿Qué es la verdad?».
¿Cuál es esa gran verdad por la que murió Jesús? Es tan sencillo: su Padre nos ama, y nos ama a tal extremo de darnos a su Hijo como víctima sacrificial, para que nuestra vida tenga sentido y para que el dolor y la muerte no sean la última palabra.
Posteriormente, los fieles con profundo recogimiento y emoción fueron acercándose a adorar el madero de la Cruz: haciendo una genuflexión o de rodillas, algunos la besaban, otros la acariciaban o tocaban, algunos se santiguaban delante del madero. Momentos de gran significación vivimos cuando los niños acompañaban a sus padres y abuelos, o viceversa, en un gesto de fe que cruza las generaciones.
Concluida la liturgia con la distribución de la comunión, la Cruz presidió un camino de varias cuadras en torno al santuario, en que rezamos el Vía Crucis de la Esperanza.
Al regresar al templo, en un momento de oración, pedimos que este recorrido junto a Jesús nos anime en la esperanza. Con lámparas encendidas, nos disponemos a esperar la victoria del Hijo de Dios sobre la muerte.
Finalmente, el padre Juan Francisco ayudado por Santiago tomaron la Santa Cruz e impartieron la bendición a la asamblea.






Imágenes gentileza John Marín