La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este XV Domingo del tiempo litúrgico común.
Un hombre experto en la ley se acerca a Jesús con una pregunta acerca del prójimo. Jesús responde con un relato con el cual logra implicar a su auditor. Por eso, más que dar una respuesta inmediata, Jesús invita a descubrir la respuesta. Para un experto en la ley de Israel, los personajes que Jesús emplea en su relato no son indiferentes, se trata nada menos que de dos personajes típicamente religiosos: un sacerdote del templo y un levita, el tercero es un samaritano, alguien considerado impuro, extranjero y cismático.
Podemos contar las veces en que aparece el verbo «hacer»: el legista pregunta: «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?; Jesús le pregunta: «¿cuál de los tres le parece que se hizo prójimo?»; el legista responde: «el que hizo la misericordia»; y Jesús le dice: «pónte en camino y haz tú lo mismo». Por lo tanto, la pregunta por el prójimo cambia radicalmente. No se trata de una cuestión abstracta (quién es mi prójimo), sino cómo hago yo para ser próximo del que sufre, del que está herido del que está botado al borde del camino. Se trata entonces de una cuestión ética: qué es lo que tengo que hacer y ese hacer tiene que ver con la vida eterna, es decir, con el sentido y plenitud de la existencia.
Por esta razón, este evangelio es una invitación a la vida, a lo que tenemos que hacer. Pensando en el fin de nuestra vida, cómo tengo que vivir. Qué opciones tengo que tomar en función de una plenitud de vida que Dios me quiere dar por medio del amor. Qué significa hoy en nuestro contexto. Qué significa practicar la misericordia. Qué significa vivir de misericordia. En este mes del Carmen podemos pedir a la santísima Virgen que nos enseñe a vivir la misericordia desde un corazón que ha sido misericordiado.
Evangelio (Lucas 10, 25-37)
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?” Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. “Has respondido exactamente, -le dijo Jesús-; obra así y alcanzarás la vida”.
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver”. ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?” “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
