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Abre, Señor, todas nuestras puertas

La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este segundo Domingo de Pascua.

A pesar de que el Señor había resucitado, dos veces nos dice el evangelio que los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo…

Y es así. La alegre y maravillosa noticia de su resurrección es lenta de asimilar en lo concreto de la vida. Y es el camino de la fe. Por eso, cabe preguntarse por las puertas que hoy tenemos cerradas a la luz gloriosa y victoriosa de la resurrección.

Las lecturas de los Hechos y de la primera carta de Juan nos refieren un modo nuevo de vivir a partir de la Resurrección. Los cristianos marcan una diferencia basada en el amor, que se traduce en una solidaridad muy concreta, una apertura atenta y respetuosa a los demás, un salir del encierro para el encuentro fraterno. Esto constituye un ideal de vida y comunidad, el cual es posible por el don del Espíritu Santo.

Esas puertas cerradas a los demás pueden ser abiertas por el Espíritu Santo. Él nos sumerge en la fuente de vida nueva del bautismo, en aquel «nacer de nuevo». Por eso el salmo cantaba: «la diestra del Señor es poderosa», puede lo imposible.

Aprovechemos este tiempo pascual para reconocer las puertas cerradas que aún tenemos, aquellos espacios donde no llega todavía la luz de la Resurrección y pidamos al Espíritu que realice con poder su obra en nosotros, tanto personal como comunitariamente.

Evangelio (Juan 20, 19-31)

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ¡La paz esté con ustedes!

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo:

¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:

Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor!

Él les respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:

¡La paz esté con ustedes!

Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.

Tomás respondió: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo:

Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

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