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La entrañable misericordia de nuestro Dios

Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, sexto del tiempo común.

Marcos nos transmite en griego una profunda comprensión de Dios del Primer Testamento, más cercana al amor materno de Dios: las entrañas de Dios. Ante el leproso que se acerca a Jesús, algo prohibido por la Ley de Israel, se dice de Jesús, «compadecido». Literalmente deberíamos traducir por «conmovido entrañablemente «, pues no tenemos el verbo «entrañarse». El profeta Oseas alude a las entrañas de Dios para expresar el amor por su Pueblo, como el sentir profundo de una madre ante sus hijos, aunque rebeldes e ingratos.

Pero este sentimiento visceral significa también indignación. Jesús se compadeció del sufrimiento de esta persona y también se indignó ante aquel mal.

Ambos sentimientos tienen un mismo origen: el amor. Y esto nos puede ayudar a discernir nuestros propios sentimientos de indignación ante el mal, para que no nos quedemos allí, sino que nos movamos a la compasión activa, solidaria y fraterna. El Señor, viendo la miseria, actúa.

Y la experiencia de la misericordia de Dios, maternal, providencial y concreta, no pudo quedar en secreto. El hombre sanado se hizo apóstol del Reino.

¿Qué miserias hoy nos indignan profundamente? ¿Cuáles son las acciones que brotan de la compasión? ¿Cuán entrañables son hoy nuestros vínculos y relaciones?


Evangelio (Marcos 1, 40-45)

Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: Si quieres, puedes purificarme. Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Lo quiero, queda purificado. En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.

Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

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