La siguiente es la homilía para este Domingo, IV del tiempo Ordinario, que nos comparte nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla.
Moisés anuncia a su pueblo que Dios suscitará un profeta como él, el amigo de Dios. Promesa que se ha cumplido en Jesús. El profeta en la Biblia es alguien que tiene una palabra de parte de Dios que comunicar a su Pueblo. Jesús es más que un profeta, es la misma Palabra de Dios encarnada en una persona humana. Por eso su enseñanza es novedosa, no solo por su mensaje, sino por su fuerza operante: «habla con autoridad».
Jesús es efectivamente el Santo de Dios, es decir, lo opuesto a lo impuro. Su sola presencia delata y pone en fuga al mal camuflado e inadvertido: «manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».
Jesús inaugura su ministerio con un signo de liberación. Y lo realiza al interior de la sinagoga de Cafarnaum, que se supone es el lugar privilegiado para escuchar la Palabra de Dios.
Y, sin embargo, el mal se hallaba oculto en medio de la asamblea.
La predicación del Señor activó la reacción del mal. Su santidad provoca el contraste con el mal.
¿Cuántos demonios impuros nos rodean a diario? ¿Cuántas fuerzas de muerte, de odio, de desánimo experimentamos? Pero ante la palabra del Señor, escuchada con fe, salen a la luz y sucumben. Por eso la eucaristía dispone para nosotros una doble mesa: la de la Palabra y la del Cuerpo y Sangre del Señor. ¿Para qué se predica? Para despejar el camino al poder de la Palabra dirigida al corazón de cada uno de nosotros. Y esta escucha nos lleva a acoger al Señor mismo resucitado, oculto en el sacramento, pero operante. Cada eucaristía tiene un poder terapéutico y liberador, porque en ella actúa el Señor de la Vida. Toda misa es de sanación, si nos disponemos con fe a la acción liberadora del Santo de Dios.
Evangelio (Marcos 1, 21-28)
Jesús entró en Cafarnaúm, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y había en la sinagoga de ellos un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar; “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.
Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre”. El espíritu impuro lo sacudió violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:
“¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y éstos le obedecen!”
Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.

