Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, XIX del Tiempo Ordinario. El texto del evangelio correspondiente a este día aparece al final.
«Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios», así concluye la escena dramática del evangelio de hoy, en una confesión, la misma que Pedro repetirá más adelante personalmente.
Se trata de una confesión de la fe. Todo se encamina a esto. Por lo tanto, la fe es el tema de este evangelio, eclesial y personalmente. Una fe que atraviesa la noche y las olas en contra. Una fe que, aun siendo sincera, no es total. Creer en la Biblia significa confiar. Y la confianza puede ser todavía frágil.
La barca azotada por el viento representa a la comunidad cristiana, a la Iglesia en momentos de oscuridad, cuando no se percibe o no se cuenta con la presencia del Señor resucitado. Los discípulos están desorientados, no han entendido el mandato del Maestro después del éxito del milagro de los panes. Tienen miedo y se sienten solos. Como Elias en el Horeb. Además, Pedro hace algo insólito, abandona la barca para seguir a Jesús. Cuando debió quedarse para contener a sus hermanos en la fe.
Este evangelio nos invita a la fe y a la confianza. A tomar mayor conciencia de la presencia activa del Señor resucitado en su Iglesia y vencer así la tentación de querer caminar sobre el mar, cada uno por su cuenta.
Evangelio (Mateo 14, 22-33)
Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy Yo; no teman”.
Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”.
“Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios”.

