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Salir del individualismo y transformar la ciudad

Presentamos la reflexión que nos ofrece nuestro párroco, Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor.

En la  fiesta de la Ascensión del Señor, el evangelio nos da tres grandes claves de la vida cristiana: el testimonio, la fuerza del Espíritu y la Misión.
Un aspecto qué pasa inadvertido es la ciudad, al principio y al final de este pasaje se nombra Jerusalén.
Permanecer en la ciudad es un mandato de la evangelización. Lo que nos hace valorar esta realidad urbana donde germina el Reino de Dios. Hubo en la historia de la Iglesia un rechazo a la urbe, hostil al evangelio, que impulsó la fuga al desierto. Y aun así, el monacato medieval fundó ciudades, como centros de humanismo. El mismo fenómeno se reproduce en la evangelización de América. Donde llega el evangelio se despierta el desarrollo humano. Cosa hoy muy cuestionada y revisitada.
La ciudad humana con todas sus ambigüedades,  está llamada a la transformación, en llegar a ser ciudad de Dios. La Iglesia misma se llama nueva Jerusalén.
Por cierto que esto representa muchos desafíos a la propuesta de vida cristiana, pero el evangelio es esencialmente urbano.
La ciudad es espacio de encuentro y comunidad, de solidaridad y amistad.
El Señor que asciende a la gloria del Padre eterno, no se ausenta de la ciudad de los seres humanos. Nos envía su Espíritu para revestirnos de su fuerza. Ahí radica la confianza en la misión frente a todos los obstáculos y dificultades del presente. A cada uno le corresponde descubrir su fuerza y ofrecerla en la Iglesia para la ciudad. La fiesta de la Ascensión del Señor es un llamado a salir del individualismo y, revestidos de la fuerza del Espíritu, hacernos constructores de la ciudad de Dios con iniciativas de comunión, como estigos de una nueva humanidad.

Evangelio (Lucas 24, 46-53)

Jesús dijo a sus discípulos:
«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.