Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, el vigésimo segundo del tiempo ordinario.
La humildad aparece en el centro del evangelio y de manera muy concreta. Humildad que aparece frente a los honores de este mundo, la honra humana, la estimación que destaca sobre los demás. El Señor invita a una sobriedad en el trato social. A no creerse el más importante. A la humildad se opone la soberbia diabólica, un impedimento grave para el Reino de Dios.
Para nosotros, la humildad tiene un hermoso rostro, la vemos realizada en la Santísima Virgen. Ella canta que «el Señor miró la hunillación de su sierva». Su estar abajo, como joven y virgen. Miró su marginalidad en la sociedad de su época. María es humilde naturalmente porque vive en la verdad ante la mirada del Señor. María es realización perfecta de Cristo, su hijo y Señor. Su humildad es la de Cristo, el Hijo de Dios. Es frente a Dios que se define la vida y su mirada hacia nosotros es pacífica, llena de inmensa misericordia. Por lo tanto, la humildad es propia de los hijos de Dios, de los misericordiosos que trabajan por la paz y el entendimiento.
El humilde se funda en Dios, no necesita empinarse para parecer más grande y más fuerte, ni andar a empujones y pisando a los demás. Detrás de un soberbio hay muchos complejos y, tal vez, una historia de humillaciones. Detrás de un humilde está la sonrisa de Dios. Nuestro mundo necesita con urgencia la humildad y la sinceridad.
En la Vigilia de Pascua, hay un momento de renovación del compromiso bautismal y en una de sus partes se nos invita a renunciar a las seducciones de Satanás, y nos dan algunos ejemplos. Este Domingo podemos renovar esta parte de nuestra Liturgia. Respondamos: sí, prometo.
Prometen rechazar las seducciones de Satanás, como:
el creerse los mejores;
el verse superiores;
el estar muy seguros de ustedes mismos;
el creer que ya están convertidos del todo;
el quedarse en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos y no ir a Dios (cf. Misal Romano).
Evangelio (Lucas 14, 1. 7-14)
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
“Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.
Después dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”