La siguiente es la homilía de nuestro párroco para este Domingo, el trigésimo tercero del tiempo litúrgico común.
Hoy toca aprender de la higuera, que con su follaje nos anuncia el verano. La naturaleza con sus ciclos vitales nos enseña a esperar y a confiar, más allá de las apariencias, sobre todo cuando el panorama es oscuro y amenazante.
La historia humana en su conjunto se asemeja a un angustioso parto. Vemos guerras que van y vienen, injusticias y abusos, pero el evangelio nos trae una promesa: vendrá el Hijo del hombre en su gloria. Esta venida es una confirmación final del bien, quiere decir que la rectitud, la bondad, la fidelidad, todo lo que ha construido auténtica humanidad, eso será establecido eternamente.
La venida del Hijo de hombre desenmascarará a los dioses falsos, el sol y la luna, y precipitará a los que se se encumbraron como estrellas. La venida del Hijo del hombre es una esperanza para la perseverancia en el bien; una promesa que no pasará y que da su sentido último a toda la historia humana. Esperar, confiar y perseverar, las tres fuerzas de la resistencia de la fe, las cuales se ponen en obra por medio de la oración constante y la caridad activa. Eso es tener una fe viva.
Evangelio (Marcos 13, 24-32)
Jesús dijo a sus discípulos:
En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
