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Ábrete, oído: el arte de escuchar

Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, el vigésimo tercero del Tiempo Ordinario.

Decían del Señor: «hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Para el profeta Isaías eran las señales de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

Marcos nos ha conservado, en su idioma original, una palabra pronunciada por el mismo Jesús: «Effetá». Una reliquia que nos hace escuchar al mismo Señor y permite que esa misma palabra nos alcance con su poder y belleza.

La sanación de la sordera destrabó también el habla correcta. Hoy todos podemos oír perfectamente esta orden de Jesús: ¡ábranse los oídos! Pero no es tanto física nuestra sordera. Si el Señor lo manda es porque hay otra sordera que nos afecta. La sordera del corazón. Un dicho asegura que no hay peor sordo que el que no quiere oir. No basta, entonces, la facultad para oír, sino la voluntad para oír. Y esto es algo fundamental para construir una sociedad sana. Otra expresión se refiere a un diálogo de sordos, o sea, imposible.

Escucharnos requiere todo un movimiento interior. De hecho, podemos evaluar la salud psíquica de alguien en su capacidad de escuchar. Es un verdadero arte, se aprende cuando se ejercita. Pero la escucha parte por cerrar la boca. Y sigue una disposición a acoger y comprender. De un recto escuchar saldrá un recto hablar. Y muchas veces, solo un silencio respetuoso.

«Effetá», nos dice el Señor, que nos «ha dado el oído, que en todo su ancho, graba noche y día grillos y canarios; martillos, turbinas, ladrillos, chubascos, y la voz tan tierna de mi bien amado…» Esa es la principal función del oído: escuchar el llamado del que nos ama. Y nos dirige una palabra que es luz y vida. Necesitamos una higiene espiritual del oído: Cuidarnos del ruido del mal. Amar el silencio. Un oído sano nos dará también un hablar sano.

Al oír, no aceptemos juicios sobre nosotros, y al hablar no hagamos juicios sobre los demás. Borremos de los labios las frase que empiezan con «es que tú eres»… y cambiémoslas por: «a mí me parece…, desde mi punto de vista…, en mi opinión…»; eso abre a un diálogo y a la búsqueda sincera de la verdad.

Effetá. Ábrete, oído. Para escuchar el llamado del Señor en su Palabra y en los demás, en la historia y en el corazón y ofrecer una palabra constructiva y sanadora.

Evangelio (Marcos 7, 31-37)

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:

Efatá, que significa: Ábrete. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

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