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Venga a nosotros tu siembra, Señor

La siguiente es la homilía de nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, para este Domingo, undécimo del tiempo común.

Hoy, el Señor nos habla del Reino de Dios en imágenes de semillas. Y lo propio de la semilla es su potencialidad oculta, que con las debidas condiciones se despliega en vida.

Aunque sea pequeña e insignificante, sin que sepamos cómo, la semilla brota. Así es el reinar de Dios, oculto, invisible, silencioso, pero alli donde hay una tierra dispuesta, crece y se desarrolla.

El reinar de Dios es vida. Y el gran anhelo que este evangelio despierta este Domingo es que se manifieste la fuerza de su Reino en nuestro mundo herido. «Venga tu reino» nos enseñó a pedir el Señor!

Si Dios reina entre nosotros, la vida se expande y abunda. Por eso la vida es el primer fruto de su reinado. Si nuestra vida florece en verdad, bondad y justicia, quiere decir que Dios está reinando. Motivo de alegría y de esperanza. Motivo para confiar en su obra y disponernos a su siembra y su cosecha. Así, nuestra primera colaboración a su reinado es confiar en su fuerza y su poder, más allá de toda expectativa visible, entrar en el tiempo y el ritmo de su Reino. El Señor nos está salvando con su inmenso amor. Confiemos en su amor.

Evangelio (Marcos 4, 26-34)

Jesús decía a sus discípulos:

El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.

También decía: ¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.

Y con muchas parábolas como éstas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

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