La siguiente es la homilía de este Domingo, XIII del Tiempo ordinario, que nos comparte nuestro párroco, Pbro. Juan Francisco Pinilla.
Hemos escuchado el bello relato de Eliseo. Aquella mujer reconoció en el profeta la presencia de Dios y por eso lo hospedó. Esta recepción abrió esa familia al don de la vida. Este episodio nos recuerda la hospitalidad que Abrahán ofreció a Dios mismo, quien le promete también un hijo en su vejez. La hospitalidad es recompensada con el don de la vida.
En el evangelio encontramos una insistencia en el recibir, vemos una cadena de recepciones que vincula a Dios y a la humanidad. Recibir al enviado es recibir al que lo envía. Y también se recibe una cruz.
Esto nos lleva a profundizar en lo que significa recibir a los demás. Y es algo que, desfe la fe, podemos aportar a la convivencia nacional. Recibir y recibirnos mutuamente.
Para recibir se requiere, ante todo, cultivar un corazón abierto al don de Dios. Una conciencia despierta para reconocerlo cuando se presenta. Él es quien nos visita de diversas maneras. Junto a esto necesitamos también un cierto vacío de nosotros mismos para ser capaces de acoger sin prejuicios, como acogen los niños. Pues, con las manos llenas no se puede abrazar de verdad.
A esta luz podemos comprender algo que también se repite en este evangelio: el «ser digno» del discípulo de Cristo. No se trata de una dignidad primeramente moral, sino de un estar dispuesto a cargar las consecuencias de su seguimiento. De esta manera, acoger al Señor equivale a seguirlo. Pero no lo seguimos en abstracto, sino acompañando, sirviendo y amando.
Estemos atentos a las visitas del Señor, que vienen siempre llenas de vida y de alegría.
Evangelio (Mateo 10 , 37-42)
Dijo Jesús a sus apóstoles:
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a Aquél que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa.
