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Nadie esta huérfano

En este VI Domingo de Pascua, compartimos la reflexión que nos propone, a modo de homilía, nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla.

Nadie está huérfano en este mundo. El Padre Dios nos acompaña por medio de su Hijo y del Espíritu. Jesús ruega para que recibamos otro Paráclito, hermosa institución de la antigüedad que garantizaba protección social. Y, además, nos promete regresar. Todo se cifra en la compañía, en un permanecer unidos, lo que resuena ante el panorama de la soledad, cada vez más frecuente entre los ancianos, pero también entre niños y jóvenes. Jesús experimentó diversas formas de soledad. Una necesaria para el encuentro profundo con su Padre, en la oración; pero también, la soledad del desierto y la tentación, la soledad de la incomprensión, la soledad de Getsemaní y el abandono en la cruz. Pero en toda soledad su corazón estaba protegido por el Espíritu Defensor y por la fidelidad a la misión que su Padre le encomendó. Jesús permanecía en su Padre en esa fidelidad.

El Señor ruega para que recibamos otro Defensor, porque sabe que necesitamos protección. Oímos hablar de tantas políticas de seguridad y cuánta desprotección espiritual…

Este evangelio nos arranca de la orfandad por el don del Espíritu, que nos habita y por su promesa de regresar. El Señor ha convertido el tiempo en una espera, ha llenado de esperanza el vacío de las horas muertas. Vivimos esperándolo.

Evangelio (Juan 14, 15-21)

Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:

Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. 

Ustedes, en cambio, lo conocen, porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.

Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque Yo vivo y también ustedes vivirán.

Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en Mí y Yo en ustedes. 

El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a Él.

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