Compartimos la reflexión que nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla. nos ofrece para este Domingo. El texto del Evangelio está al final de la reflexión.
Ante la intervención que alguien le pide al Señor, él les propuso una parábola acerca de un hombre muy exitoso económicamente.
A este personaje de éxito Dios lo llama necio. Una palabra culta, para no decir tonto o estúpido. Necio significa “no saber”. El mismo adjetivos de aquellas cinco vírgenes, que no llevaron aceite de repuesto, las famosas necias. Las no precavidas para decirlo de modo elegante. Pero, la parábola con sus epítetos, puede aplicarse también a una sociedad que ha puesto toda su seguridad en un desarrollo meramente económico, disociado del espíritu y de la moral. Esta sociedad del consumidor a la que pertenecemos. Pues bien, cae el cobre, sube el dólar, nos gastamos los 10%, aumenta la inflación y ¿ahora qué? Seguimos más inseguros, más vulnerables y más vacíos.
¿Dónde está la estupidez de la parábola? En haber creído que la vida se aseguraba con la plata: “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”.
Jesús nos propone un fundamento sólido: la vida eterna.
Y no para después de la muerte, sino desde ahora. Una vida en diálogo y comunión con Dios, fuente de fraternidad y de solidaridad.
Poner a Dios como fundamento y meta de la vida, da sabiduría para vivir “humanamente”, no como mero ente consumidor, que es el eslogan permanente de la propaganda perversa. Jesús ha venido a salvarnos de la estupidez de las falsas creencias. La vida no se asegura con la plata, la vida no se nos dió para asegurarla, sino para darla en servicio y amor. La vida eterna es la continuidad eterna en el amor, y ese es el sentido de la existencia humana plena. Sin Dios, no hay humanidad. Por eso hoy se quema y se barre todo lo que sea cristiano. Para no aceptar la denuncia de la estupidez.
Evangelio (Lc 12, 13-21)
Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”.
Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?” Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”.
Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”.
Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.