Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, XXIX del Tiempo Ordinario.
Sorprendente el relato bélico en la vida de Moisés. La guerra contra los amalecitas en la conquista de la tierra prometida. Pero se ve allí algo más que una guerra, el relato se centra en los brazos del caudillo. Brazos que representan en la biblia la accion en el mundo. Por eso es extraño que no esté Moisés en el frente, sino en la montaña, lugar del encuentro con Dios.
Sus brazos en alto son su súplica e intercesión ante Dios. De la que depende finalmente la victoria o el fracaso de Israel.
Pero junto a la súplica se da la fatiga. Y sus brazos decaen. Por eso sus asistentes, tambien agotados, se las ingenian para mantener esos brazos en alto.
La pobre viuda del evangelio también es una suplicante, y su perseverancia llega a cansar al juez inicuo, que finalmente es vencido y hace su trabajo.
La conclusión lleva a la batalla de la oración. Y eso nos indica algo esencial de la súplica cristiana. La oración no es una anestesia ante las dificultades de la vida; tampoco un ejercicio de relajación… La oración es un combate, y la victoria requiere perseverancia.
Y es así porque la oración es el ejercicio concreto de la fe. Quien reza cree, quien cree reza. La fe nos hace vivir en el plan de Dios, lo que no es evidente a los ojos humanos, asume y trasciende toda lógica humana, todo tiempo y espacio. La oración es iniciativa del Espiritu Santo en nosotros, solo Él nos sostiene en la fatiga del esperar y del amar. Pero también necesitamos del apoyo de los demás. Nunca nadie reza solo. Siempre somos sostenidos por toda la Iglesia, peregrina y celestial.
Si tus brazos se caen y dejas de rezar, significa que dejaste de creer. Por eso nos reunimos comunitariamente cada Domingo. Así lo dispuso el mismo Señor en sus imperativos en plural: cuando oren, digan… hagan esto en memoria mía… Esto no suprime la oración personal, pero precisamente es personal, porque dice siempre relación con los demás. En momentos de fatiga confiemos en el apoyo de los demás y no quitemos nuestro soporte, aunque nos parezca pobre o débil. La oración hace fuertes y victoriosos, como aquella pobre viuda abusada por un sistema injusto.
Evangelio (Lucas 18, 1-8)
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
“En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario”.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: “Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme””.
Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”