Nuestro párroco, pbro. Juan Francisco Pinilla, nos comparte su homilía para este Domingo, vigésimo quinto del tiempo litúrgico común.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Vemos hoy una nueva incomprensión cuando Jesús anuncia su entrega, muerte y resurrección. Qué triste contraste entre las expectativas de poder de sus discípulos y la pacífica entrega del Maestro. Sin embargo, el Señor no anuló a sus apóstoles el deseo de distinguirse, sino que reorientó ese anhelo humano hacia el servicio, no hacia el poder. Indicó también la manera de realizar el servicio: como el último, como el servidor de todos.
Se nos dice que los Doce no comprendieron el anuncio, pero si temían preguntar, quiere decir que entendían lo que no querían entender. Lo que no les convenía. Jesús ha hecho de toda su vida un servicio y hace de su entrega en la cruz el servicio definitivo: la salvación. De lejos, todo parece una pérdida inútil. Sin embargo, allí se revelaba el poder de los sin poder. No hecho de dominio y superioridad, sino tomando el lugar de los condenados por este mundo.
Jesús no respondió al poder soberbio con una soberbia mayor. Se entregó voluntariamente a la maquinación del mal. A toda la ruindad de la Pasión opuso el amor, el perdón, la fe. Tres fuerzas indestructibles, libres y divinas, que resplandecen en su resurrección. Tres fuerzas que necesitamos activar para oponernos al mal.
Es así como Jesús se ha quedado en la eucaristía, a la mesa como el que sirve, dando la vida continuamente a los violentos que intentan arrebatársela, a los que no quieren entender el camino de la paz, a todos los decepcionados y traicionados, a todos nos enseña que servir es dar la vida con humildad de corazón.
Evangelio (Marcos 9, 30-37)
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”. Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Carfarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?” Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado”.